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HERIVERTO LAZCANO

Fue un asesinato con firma. O al menos es como califican las autoridades y los medios de comunicación a las ejecuciones con disparos a la cabeza, sobre todo cuando son puntos suspensivos en cuerpos amortajados. Tres operadores de cámara, dos custodios y su comandante, empleados en el Cefereso de Matamoros, tuvieron una muerte sin piedad, apenas salieron del trabajo, el 20 de enero de este año. Se les torturó tras esposarlos y cubrirlos con cinta adhesiva y después se les dejó sin vida, ordenados en los asientos de una camioneta Explorer, de tres en tres, a dos kilómetros del penal.
Los días previos se alojó en la prisión a criminales de alta peligrosidad llevados desde La Palma, entre ellos Miguel Ángel Caro Quintero. La ejecución era entonces, dijeron funcionarios del gobierno mexicano, un desafío que rubricaba el enemigo favorito del Estado: Los Zetas. Y el comandante de ese grupo de ex militares convertidos en sicarios omnipresentes, era un hombre de 28 años a quien poco a poco se le ha tejido una secuela de cadáveres que lo convierten en el personaje más sórdido dentro del oscuro mundo del narcotráfico: Heriberto Lazcano, bautizado también como El Lazca o El Verdugo.
No es lo único que a través de los meses se le adjudicó al Z-3 y hoy líder de ese grupo criminal. Medio año antes, fue uno de los gatilleros que dio muerte al periodista Francisco Ortiz Franco, coeditor del semanario Zeta, en Tijuana. Tampoco hubo consideraciones esa vez. La ejecución fue presenciada por los dos hijos de Ortiz, quienes viajaban a bordo de su automóvil en el instante en que se consumó el atentado, al medio día del 22 de junio de 2004.
Del Golfo al Pacífico, Lazcano es reconocido como un violento asesino, de quien también se ha dicho que posee un rancho con leones y tigres a los que suele arrojar algunas de sus víctimas, agentes federales, sobre todo. Leyenda urbana o no, el ex militar alcanzó niveles de importancia que jamás tuvieron, al menos para los editores de la revista estadounidense Details, otros personajes de la vida pública mexicana. En su edición de noviembre, el comandante de los Zetas aparece entre actores, políticos y empresarios, como parte de los 50 hombres más poderosos del mundo con menos de 39 años.
“Este posicionamiento que concede la revista a un criminal, es sin duda una exaltación. Pero, ¿con qué finalidad lo hizo? Fuera de criterios estrictamente editoriales, el hecho tiene un par de lecturas: una, que el poder importa independientemente de cómo se logra y dos, todas esas personas pueden compartir algo más que el simple hecho de tener poder: la influencia al margen de que exista ausencia de legalidad en la obtención de su poder”, dice el doctor en ciencias sociales de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, Héctor Padilla.
La aparición de un criminal como Lazcano en la lista, agrega, puede tomarse también como muestra de la amplia vinculación que existe entre la legalidad y la ilegalidad en los esquemas del mundo global, y deja claro que los intereses de ambas partes no actúan como esferas independientes, sino como parte de un mismo sistema. “Sin embargo, exaltar criminales es una forma de denigrar a quienes se supone que han construido un poder dentro de esquemas legales”, advierte.
Lazcano era un soldado de bajo rango con destacamento en el sureste mexicano, cuando fue llamado para integrarse al Grupo Aeromóvil de Fuerzas Especiales (Gafes) a finales de la década de 1990. Se trataba de un grupo de militares entrenados para desactivar redes del crimen organizado en la frontera con Estados Unidos, pero a los pocos meses de operar en Tamaulipas desertaron para convertirse en un comando que vendió sus servicios al narcotraficante Osiel Cárdenas Guillén, cabecilla de una organización a la que el gobierno llama “cártel del Golfo”.
La transferencia de ese grupo de militares, dice el investigador de la Universidad Autónoma de Madrid, Carlos Resa Nestares, es insólita en la historia criminal del país.
“La de Los Zetas no es una historia clásica de una privatización de la industria de la protección”, explica en una de sus notas de investigación sobre el crimen organizado. “Aunque realizaron algunas transacciones con drogas por cuenta propia, su función dentro de una organización empresarial de drogas no era la de comprar y vender sustancias ilegales. Sólo su acceso fácil a la mercancía les permitía realizar operaciones de escala menor. Pero su desconocimiento de grandes clientes y proveedores de la infraestructura en general, les impidió convertirse en una empresa autónoma de drogas, unos narcos en toda la regla. Los Zetas fueron, sobre todo, una cooperativa de la violencia”.

La familia
Lazcano, según reportes de la Procuraduría General de la República, era tercero en el orden de mando. Antes que él figuraba Arturo Guzmán Decena, el comandante desertor, y a su muerte, tras un atentado en el interior de un restaurante en Matamoros, en noviembre de 2002, fue relevado por Jesús Enrique Rejón Águila. Ambos eran conocidos, en la misma secuencia, como Z-1 y Z-2, el distintivo de la policía federal con el que suelen identificar al comandante en jefe. Tras el asesinato de Guzmán, quienes fueron subalternos llevaron una ofrenda al restaurante, y con el gesto dieron nacimiento al nombre de su organización: “Te llevaremos siempre en el corazón: de tu familia Los Zetas”, decía la corona.
A la captura de Cárdenas Guillén, el grupo adquirió notoriedad pública, fincada en una mezcla de informes sin sustento emanados de las mismas autoridades, y en una sucesión de hechos violentos que, también por cuenta libre, les han adjudicado algunos medios de comunicación. Desde 2003, lo mismo se les atribuyó operaciones armadas y asesinatos en Tamaulipas, Nuevo León, Michoacán, Baja California, Coahuila y hasta en Texas.
En una de tantas declaraciones a periodistas, el subprocurador contra la Delincuencia Organizada, José Luis Santiago Vasconcelos, justificó la capacidad de movimiento y eficacia criminal de Los Zetas al adiestramiento militar que, se ha dicho, hizo de ellos un grupo especializado en tácticas de combate:
“Ellos transfirieron la mística de lealtad, honor y valor de un grupo elite a un narcotraficante. Después de que el gobierno capturó a Cárdenas en 2003, Los Zetas tuvieron que emprender el camino solos. Ellos lanzaron una campaña mortal contra autoridades mexicanas y el bombardeo de traficantes rivales para controlar las antiguas rutas de tráfico empleadas por Cárdenas”.
Las violentas confrontaciones ocurridas en Nuevo Laredo desde entonces, han dado también material de sobra para insistir, desde ámbitos gubernamentales y mediáticos, en una guerra de cárteles que luchan por la plaza. Sin embargo, investigadores como Resa Nestares no están muy de acuerdo en que ello ocurra exactamente como dicen las autoridades.
“Ante un bien extremadamente móvil como las drogas, la existencia de diversas plazas con propietarios diferentes llevaría en el corto plazo a la aparición de paraísos fiscales que, con cuotas más bajas, llevarían a la ruina a los propietarios de las otras plazas. Pero, sobre todo, la teoría de la plaza es incoherente con la capacidad de acumulación de información de los empresarios de la droga. Si el propio Estado tiene dificultades para obtener información fiscal y castigar a los evasores, es quimérico pensar que los empresarios de la droga, con mucho menos personal, van a tener mayor grado de eficacia entre otros empresarios de la droga de menor tamaño”, explica.
En síntesis, la violencia largamente atribuida a Los Zetas en su confrontación con organizaciones criminales que les disputan una supremacía territorial, dice el investigador, es en todo caso una confrontación de intereses policiacos, cuyos saldos han dejado una gran cantidad de agentes y civiles asesinados.

La frontera chica
Como sea, es el mundo violento en el que se ha forjado la fama de Lazcano. Tanto autoridades como periodistas han dicho que el actual comandante de Los Zetas tiene su residencia en Ciudad Miguel Alemán, el pueblo dominante en lo que se conoce como “La frontera chica”, entre las ciudades de Nuevo Laredo y Reynosa, en Tamaulipas. Un combinado de astucia, temor y corrupción de policías, es la causa por la cual jamás se le ha detenido.
La Agencia Antidrogas de los Estados Unidos (DEA, por sus siglas en inglés), ha dictado informes que sirven a las justificaciones del gobierno de Vicente Fox. Desde hace un par de años, los narcotraficantes mexicanos internaron a esa nación 77 por ciento de la cocaína, y el porcentaje aumentó inesperadamente hasta un 92 por ciento al cierre de 2004, según los datos que rindió la dependencia al Congreso estadunidense. Es un mercado cuyas ganancias sobrepasan los 25 mil millones de dólares anuales y que hacen de un criminal como Lazcano, el hombre poderoso que se cuela a los listados de las revistas como Details.
En el fondo lo que ocurre, insiste Carlos Resa Nestares, es la existencia de un Estado débil.
“Nunca antes el Estado había mostrado tan bajos niveles de capacidad y voluntad de mantener el control social, de preservar la estabilidad, de gestionar políticas públicas o de controlar la economía nacional. Como un subproducto común de la transición del autoritarismo a la democracia, de la extenuación de las jerarquías inherentes al presidencialismo, surgen multitud de grupos con capacidad para sustraerse a la voluntad expresa del aparato estatal que, además, se encuentra más fragmentado territorial como funcionalmente”.
Fue quizá debido a ello, que cuatro días después del traslado de prisioneros de La Palma al penal de máxima seguridad en Matamoros, Los Zetas, como dijeron funcionarios del gobierno, decidieron desafiar al Estado y dejaron lo más cerca que pudieron a los custodios del Cefereso, quienes aún portaban sus uniformes cuando fueron recogidos sus cadáveres.

 
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